El llamado tercer circuito, ese de portátiles, polvaredas y situaciones insólitas, me apasiona. Lo reconozco. Cada vez que tengo que realizar una crónica en alguno de estos efímeros recintos, estoy predispuesto a todo, desde un intenso proceso sumarial para que el empresario de turno te deje acceder al interior y puedas realizar tu trabajo (no fue éste el caso de ayer en Rute), hasta un apoderado que te hace la ficha del festejo y por narices, un silencio hay que interpretarlo como una clamorosa ovación.
Lo dicho, ayer en Rute volví a experimentar esa sensación de estar en otro mundo. Primero con un toro, ¡perdón!, más bien novillo, al que le hicieron una operación en los pitones de escándalo. Tanto, que en el primer encontronazo con uno de los burladeros, aquello parecía una flor en primavera.
Luego, el reportero de turno, que estratégicamente pertrechado a tus espaldas, te va narrando todo lo que acontece en el ruedo y más allá: los defectos y virtudes del toro, las bondades del torero y hasta el color de la prenda interior de la espectadora que está sentada justo enfrente. Vamos, que al tío no se le escapaba detalle.
No podemos olvidar el apoderado que viene y, en tono inquisidor te suelta aquello de: "Niño, tú para que medio trabajas". Cuando te identificas, la siguiente pregunta es que le recuerdes la ficha del festejo porque ha estado llamando por teléfono y no ha visto los pañuelos del presidente. Y cuando le dices que su torero ha recibido un silencio similar al de un velatorio va y te suelta aquello de que no fue tal el silencio, sino una sonora ovación. Por educación le das la razón y le pides disculpas por el crasso error de audición.
Y luego está el Presidente del festejo. Esa figura que en las plazas portátiles, dichosa maldición, parece tener un tic nervioso en la mano derecha y saca el pañuelo con tanta velocidad que ni te enteras. El de ayer en Rute tengo la sensación de que no se ha visto en otra más gorda, tanto que ordenaba el toque de salida del siguiente toro, cuando el matador que había terminado su faena aún estaba recogiendo los trofeos de la misma. ¡Para mearse y no echar gota!.
Precisamente el título de este post viene al cuento por esa manía de sacar los pañuelos en tres décimas de segundo. Tanto que la mayoría de los compañeros, o no se dieron cuenta, o no contaron bien las veces que sacó el pañuelito blanco en el último toro. Ayer, en el Carrusel Taurino de Juan Ramón Romero, ya indicaron tres orejas para José Olivencia, lo mismito que la mayoría de los portales. Pero tengo que confesar que si algo hago en una portátil, es no perder de vista al Presidente ni un segundo, por lo comentado anteriormente, y os puedo garantizar que sacó el pañuelo dos veces, casi a la vez, en el toro que cerraba plaza.
Como se puede ver en las fotografías, José Olivencia cortó cuatro orejas, dos en cada uno de los toros que lidió, y no tres, como aparece en la mayoría de las reseñas del festejo. Aunque también pudo ocurrir que un servidor se equivocara y lo que viera fuese una sacudida de esa mano nerviosa que todo Presidente de portátil parece tener, aunque los atentos banderilleros también lo vieron y sin dudarlo un segundo cortaron de un tajo la segunda oreja.
En fin, esas cosas sólo pasan en las portátiles, como diría el castizo.
Lo dicho, ayer en Rute volví a experimentar esa sensación de estar en otro mundo. Primero con un toro, ¡perdón!, más bien novillo, al que le hicieron una operación en los pitones de escándalo. Tanto, que en el primer encontronazo con uno de los burladeros, aquello parecía una flor en primavera.
Luego, el reportero de turno, que estratégicamente pertrechado a tus espaldas, te va narrando todo lo que acontece en el ruedo y más allá: los defectos y virtudes del toro, las bondades del torero y hasta el color de la prenda interior de la espectadora que está sentada justo enfrente. Vamos, que al tío no se le escapaba detalle.
No podemos olvidar el apoderado que viene y, en tono inquisidor te suelta aquello de: "Niño, tú para que medio trabajas". Cuando te identificas, la siguiente pregunta es que le recuerdes la ficha del festejo porque ha estado llamando por teléfono y no ha visto los pañuelos del presidente. Y cuando le dices que su torero ha recibido un silencio similar al de un velatorio va y te suelta aquello de que no fue tal el silencio, sino una sonora ovación. Por educación le das la razón y le pides disculpas por el crasso error de audición.
Y luego está el Presidente del festejo. Esa figura que en las plazas portátiles, dichosa maldición, parece tener un tic nervioso en la mano derecha y saca el pañuelo con tanta velocidad que ni te enteras. El de ayer en Rute tengo la sensación de que no se ha visto en otra más gorda, tanto que ordenaba el toque de salida del siguiente toro, cuando el matador que había terminado su faena aún estaba recogiendo los trofeos de la misma. ¡Para mearse y no echar gota!.
Precisamente el título de este post viene al cuento por esa manía de sacar los pañuelos en tres décimas de segundo. Tanto que la mayoría de los compañeros, o no se dieron cuenta, o no contaron bien las veces que sacó el pañuelito blanco en el último toro. Ayer, en el Carrusel Taurino de Juan Ramón Romero, ya indicaron tres orejas para José Olivencia, lo mismito que la mayoría de los portales. Pero tengo que confesar que si algo hago en una portátil, es no perder de vista al Presidente ni un segundo, por lo comentado anteriormente, y os puedo garantizar que sacó el pañuelo dos veces, casi a la vez, en el toro que cerraba plaza.
Como se puede ver en las fotografías, José Olivencia cortó cuatro orejas, dos en cada uno de los toros que lidió, y no tres, como aparece en la mayoría de las reseñas del festejo. Aunque también pudo ocurrir que un servidor se equivocara y lo que viera fuese una sacudida de esa mano nerviosa que todo Presidente de portátil parece tener, aunque los atentos banderilleros también lo vieron y sin dudarlo un segundo cortaron de un tajo la segunda oreja.
En fin, esas cosas sólo pasan en las portátiles, como diría el castizo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario