domingo, 4 de abril de 2010

DOBLE SALIDA A HOMBROS CON DISTINTOS ARGUMENTOS


Ganado: Toros de Lagunajanda, de aceptable presentación, a excepción de primero y segundo, anovillados, con más cuajo el resto del encierro, que se caracterizó por su nobleza, a excepción del segundo, que se rajó a las primeras de cambio.
Jesulín de Ubrique: estocada caída (una oreja); y estocada trasera y caída y tres descabellos (ovación tras un aviso).
Manuel Díaz ‘El Cordobés’: estocada caída (una oreja); y estocada trasera (dos orejas).
César Jiménez: estocada trasera y caída (una oreja con petición de la 2ª), y pinchazo y estocada (una oreja).
Plaza: Los Donceles (Lucena). Algo menos de media entrada en tarde soledad, pero algo fría.

Regresaban los toros a Lucena en Semana Santa tras la ausencia del pasado año y lo hacían con un cartel de los que ahora se definen como mediáticos, con dos integrantes de la terna más conocidos por sus apariciones en el papel couché y programas de tinte rosa que por sus actuaciones en los ruedos. Jesulín y El Cordobés cuentan con un buen puñado de seguidores en todos los rincones del planeta toro, y en Los Donceles lo pudimos comprobar desde su acceso al recinto, aclamados por una nube de buscadores de autógrafos y fotografías junto al ídolo de turno, hasta cuando ambos, uno a hombros y otro por la puerta de cuadrillas, abandonaron el recinto. Y junto a estos dos personajes, César Jiménez, que afortunadamente para los que aún gustan de la ortodoxia y de lo que verdaderamente es el toreo, por desgracia una reducida minoría, dejó los mejores muletazos de una tarde de Sábado de Gloria, soleada pero fría.
Gracias precisamente al torero madrileño, el festejo no cayó en la más absoluta de las vulgaridades. En su primero, al que realizó un artístico quite por chicuelitas, realizó una faena descargada por el pitón derecho, iniciada con un trasteo genuflexo con la diestra al que siguieron dos buenas tandas en los medios, también por este pitón, bajando los brazos y con cierto temple. Dando distancia al ejemplar de Lagunajanda, de bonita estampa, Jiménez insistió por el derecho, tras probar sin suerte por el izquierdo, alargando los muletazos y dando mucha distancia al toro, al que llegó a citar en varias ocasiones de lejos, aunque sin llegar a romper definitivamente, aunque la oreja fue más que merecida para una faena que dentro del argot, se suele definir como de más a menos.
En el que cerraba plaza, en una faena de mucho “aliño” y poca continuidad, Jiménez tiró de repertorio y entre tanda y tanda, dejó otro destello de buen torero artista con varios naturales de buen trazo, sin lugar a dudas lo más sobresaliente de la tarde, de ahí que su salida por la Puerta de Córdoba fuese la más justificada de la tarde, ya que los argumentos de su otro acompañante fueron radicalmente distintos.
Queda dicho las simpatías que Manuel Díaz levanta antes incluso de iniciar el paseíllo, después de éste y cuando hay que pedir los trofeos y valorar su actuación. Poco importa al público el medio centenar de pases que recetó a su segundo que, todo hay que decirlo, buscó las tablas a las primeras de cambio, lo que El Cordobés, listo como pocos, tapó cuanto pudo, hasta que el animal terminó arrinconado junto al burladero de matadores. Aún así, pañolada y oreja al canto, pese a los cabezados y los trapazos, aquí y allá. Todo vale, nada importa…
En su segundo, quinto de la tarde, más de lo mismo, pero eso sí, con toda la honradez del mundo, algo que nadie puede negar a este torero. Si el público quiere espectáculo, El Cordobés lo ofrece en raciones dobles, y cuando un vociferante espectados de Sol le solicitó el salto de la rana, en un abrir y cerrar de ojos allí estaba la imitación del movimiento anfibio, para delirio de la concurrencia, que solicitó con insistencia las dos orejas para el rubio matador, concedidas finalmente por el usía.
El toreo de Jiménez, las ganas de agradar de Manuel Díaz y la apatía de Jesulín de Ubrique, un tanto frío y distante en el que abría plaza, animal de pequeñas hechuras, con el que Janeiro no quiso saber nada, toreando siempre con muchas precauciones y sin llegar a comprometerse en ningún momento. Una pena, porque el gaditano atesora cualidades como tímidamente esbozó en su segundo, al que recibió sentado en el estribo para luego instrumentar dos pases de rodillas que hacían presagiar lo mejor. Un espejismo, porque cuando nuevamente armó la muleta sobre la derecha, los pases se fueron sucediendo pero sin que aquello dijese nada, aunque no faltaran los desplantes de rodillas y numerosas gesticulaciones de cara a la galería, que de haberse mostrado más seguro con los aceros hubiese pedido para Jesulín los máximos trofeos, algo que afortunadamente no ocurrió, para el buen nombre de la plaza de Lucena, en la que ayer, se vio poco toreo y muchos fuegos de artificio.

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