lunes, 3 de septiembre de 2018

AQUEL HISTÓRICO 3 DE SEPTIEMBRE EN PRIEGO (50 AÑOS DESPUÉS)




No desesperen, queridos aficionados, que mucho más se perdió en la Guerra de Cuba y aquí seguimos. Aunque claro, después del mazazo de ayer, va a costar levantarse, máxime cuando nos llegan pedradas por todos lados.
Así que para empezar esta lenta recuperación, nada más sano que tirar de hemeroteca y recordar aquella gloriosa tarde de 1968 hace hoy exactamente 50 años.
Mi gran maestro y amigo Ladis, me mandó a mediados de agosto la página del periódico CÓRDOBA (hoy Diario CÓRDOBA), publicada el 4 de septiembre de 1968, en la que se recoge la crónica firmada por el recordado José Luis de Córdoba del festejo celebrado un día antes, el 3 de septiembre, en Priego, con un cartel de auténtico lujo integrado por Andrés Hernando, Manuel Benítez “El Cordobés” y Francisco Rivera Paquirri, que a la postre fue el triunfador numérico del festejo al cortar tres orejas y un rabo.
Menuda tarde tuvo que ser aquella, a tenor de los trofeos, aunque como José Luis de Córdoba indicaba, los protagonistas fueron las reses de Don Marcos Núñez, “...terciada de presentación y en cuanto a condiciones, ha habido de todo, como en botica”. Venía el comentario a colación de la introducción de la crónica en la que la presencia de las reses de Don Marcos Núñez fue una de las exigencias de Benítez para su segunda comparecencia consecutiva en Las Canteras, toda vez que el año anterior (3 de septiembre de 1967), los astados de la ganadería del Rincón de los Barrios, “excelentemente presentados”, apostilla el cronista, dieron un magnífico juego, obteniendo Benítez aquella tarde del 67 un sonoro triunfo tras cortar orejas y rabos a sus dos enemigos.
Pero como el propio José Luis de Córdoba subtitulaba, “segundas partes nunca fueron buenas”, señalando que a Hermando le tocó en suerte el mejor lote, sobre todo su segundo, “un toro superior que en manos de otro torero hubiera lucido más”. Por el contrario, el cronista, siempre con su incisiva pluma, hace constar que a El Cordobés, “le correspondieron dos animalejos, soso uno e incierto el otro”, mientras que Paquirri, “lidió un primer toro peligroso, que tiraba la cara arriba, y un segundo, el último de la tarde, que acabó embistiendo muy bien y que dio motivo a una faena completa del gaditano, premiada con los máximos trofeos”.
Total, que como sentencia José Luis de Córdoba, pese al aspecto ganadero, “nos hemos distraído, porque ha habido momentos de gran brillantez y otros no tanto, y que Priego ha vivido un día de gran animación ferial, que se tradujo en un casi lleno en el coso taurino, con papel acabado en sol y gran entrada en la sombra”.
Pero detengámonos ahora en algunos detalles del festejo, que con su habitual estilo el cronista nos traslada, particularmente la presencia de Andrés Hermando en el mismo, un torero, indicaba, “que pensamos que tenían bien poco que hacer en este cartel”, señalando a continuación que en Córdoba, “los hay a montones, mejor que Andrés Hernando”, lamentándose que su incorporación en tan señalada tarde, fue cosa de la empresa, “en la que no queremos ni entrar ni salir”. Sobre la actuación del diestro segoviano, José Luis de Córdoba se detiene de forma explícita en el segundo de su lote, de nombre “Simpático”, herrado con el número 19, negro zaíno, y que como categóricamente apuntaba, “el mejor del encierro y de muchos encierros”. Un animal para “soñarlo”, de esos toros, apostilla, “que sirven para consagrar a un torero”, lamentándose a continuación de que Hernando estuviera con él, “bien, a secas, en una faena toda ella con la derecha, pero sin usar para nada la mano zurda”. Además, por si le faltaba algo a Hermando, mató “francamente mal, de una estocada saliéndole el hierro al bicho por el costillar”, recetando luego un descabello, que no fue óbice para que la presidencia le otorgara dos orejas, “ante la estupefacción de los aficionados, que no las habían pedido”. Al toro, por su parte, se le hizo el debido homenaje al ser arrastrado.
En su primero, que tomó tres puyazos, sí tres…, Hernando obtuvo una oreja.
Por su parte, Manuel Benítez, vestido de tabaco y oro aquella tarde, tuvo mala suerte en sorteo matinal, enfrentándose a un primero, “totalmente soso, sin alegría y con poca fuerza”, al que instrumentó una faena de muleta de largo metraje, “a base de muchos más pases que la fiera astada merecía”, no faltando, recuerda el cronista, “los molinetes rodilla en tierra y sus peculiares saltos de la rana, que desbordaron el entusiasmo del público”. Después de un sainete con la espada (estocada corta, dos descabellos, entrando nuevamente a matar logrando una estocada entera y otro descabello), cortó una oreja, “gracias al regusto que había dejado la faena...”.
En el segundo de su lote, quinto de la tarde, José Luis de Córdoba se muestra tajante al afirmar que fue el peor del encierro de Don Marcos Núñez, “toro que salió barbeando las tablas, incierto y sin fijeza durante toda la lidia”. Ante semejante material, el cronista hace alusión a las “serias dificultades” que encontró El Cordobés con este Carcelero, número 33, “porque cabeceaba constantemente, frenaba y se quedaba en mitad de los pases”.
No obstante, la labor del Quinto Califa fue “plena voluntad, intentándolo todo sin logar el remate de los pases por los defectos ya apuntados de su enemigo...”. Cuatro pinchazos, dos medias estocadas, “y como el bicho no humillaba y era imposible descabellarlo, la cosa se hizo más pesada de la cuenta hasta que El Cordobés apuntilló al animal, que ya estaba virtualmente muerto pero que se mantenía en pie merced a su casta”. En el momento de echarse, sonaba el segundo aviso para el matador…
El gran triunfador de la histórica tarde fue Francisco Rivera, vestido para la ocasión con un terno muy torero (grana y oro), y que como indica el cronista, “estuvo muy torero toda la tarde en los tres tercios de la lidia”, destacando su toreo “clásico” de capote en sus dos enemigos, mostrándose muy resolutivo con las banderillas. Con la muleta, a su primero, “realizó una labor elegante y torera, con pases fundamentales, desplantes y adornos”, terminando con un pinchazo y una estocada entera, recibiendo como premio dos orejas. En el que cerraba plaza, de nombre Morcillero y herrado con el número 20, “fue el matador quien enseñó al astado con su muleta prodigiosa, suave y mandona”, definiendo el cronista el conjunto de su faena como, “completa por uno y otro lado, destacando unos derechazos de gran empaque”, toreando de rodillas, “con la misma soltura que su estuviera de pie”, matando de una estocada hasta las cintas, “que hizo desbordar al público entusiasmado” , que le concedió dos orejas y rabo, “siendo alzado a hombros y paseado por el ruedo por los entusiastas, y así fue sacado de la plaza”.
Hasta aquí el resumen de aquella tarde del 3 de septiembre de 1968, en la que, como concluye José Luis de Córdoba, “salvo algunos lunares que señalados quedan, el público salió muy satisfecho”.
Benditos esos “lunares” vistos 50 años después, máxime cuando la Fiesta está pasando por lo que está pasando...

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