jueves, 14 de enero de 2010

OTRO ARGUMENTO PARA LA DEFENSA DE LA FIESTA

La situación de la Fiesta en Cataluña está generando auténticos ríos de tinta, tanto a favor como en contra, que de todo hay en la viña del Señor. Como ya hay medios a patadas y plataformas que desde hace décadas se están encargando de vilipendiar y escupir todo tipo de argumentos en contra de esta seña de indentidad de nuestra cultura, desde ete humilde y sencillo Blog intentaré, en la medida de mis posibilidades, haceros llegar aquellos artículos que por su interés, o por en sentido de los mismos, aporten algo nuevo a esa defensa que, entre todos, debemos de hacer de lo nuestro.
El caso que nos ocupa, un artículo del escritor Ricardo Crespopublicado ayer por Diario Córdoba en su sección de opinión, me llamó bastante la atención, sobre todo por el contenido histórico del mismo y algunos de los "secretois que desvela. Pero sin lugar a dudas, me quedo con la frase lapidaria de Federico, sí, nuestro gran Federico.
Espero que os guste.

El toro, por los cuernos de Venus

Auguro que este año Cataluña estará en el candelero. Y no me refiero a la esperada sentencia del Constitucional sobre el Estatut, que ya veremos quién patalea y traerá cola, sino a la decisión del Parlament sobre prohibir las corridas de toros, que levantará nuestros más viejos fantasmas y, a tenor con la primera escaramuza, atraerá la atención de medio mundo. Más allá del aspecto político, el asunto atañe a la esencia misma de España y tiene morbo en el exterior.
Efectivamente, la polémica sobre nuestra fiesta nacional ha dividido a los españoles --y, por ende, a los extranjeros-- más y mucho antes que el pretendido nacionalismo catalán. En nuestro país, desde la reina Isabel, la muy católica, a quien le desagradaban aquellos caballeros que alanceaban toros, pasando por el Papa Pío V que las prohibió por primera vez en 1557, hasta la Pragmática del ilustrado Carlos III en el siglo XVIII, un eco de protesta ha atravesado la península mugiendo como un toro herido. Luego, vino la invasión de las tropas imperiales napoleónicas, y la reacción del pueblo español, castizo, chulesco y retador, fue demandar la restitución del absolutista Fernando VII al grito de ¡viva las caenas ! y reclamar nuestras costumbres al no menos exigente de ¡toros, toros! Fernando VII premió tamaño fanatismo y autoinmolación creando la primera escuela de tauromaquia precisamente en San Fernando, Cádiz, cuna de la Constitución liberal.
Desde entonces, una corte de ilustres que atraviesa los regeneracionistas y llega a la Generación del 98, es decir, los Costas, Ganivet, Unamunos, hasta aquel Eugenio Noel que la calificó de "la fiesta más soez e indigna del Universo", han significado la España antitaurina, la otra España. La demanda de cierto sector de la población catalana hoy no es, pues, más que un pálido eco de la mitad del sentir español. En cuanto a los extranjeros, lo dijo mejor Federico García Lorca, juncal defensor de las libertades cívicas, al afirmar que "si los humanitarios y puritanos extranjeros, que habitualmente están dotados de inteligencia más bien estrecha, fueran capaces de profundizar en el verdadero secreto de la tauromaquia, juzgarían de manera muy diversa nuestras corridas de toros".
Pero, ¿cuál es este secreto? Permítanme que, en el corto espacio de este artículo, trate de coger al toro por los cuernos de Venus y aproximarme a algo que comienza nada menos que con el Minotauro y la cultura cretense. "Teseo --nos dice Carlos Huguin--, al dar muerte al minotauro, eliminó el sacrificio de las doncellas atenienses que eran ofrecidas anualmente al monstruo". La victoria de Teseo sobre el minotauro es, pues, el mito de un hecho histórico: el de la victoria de los atenienses sobre Creta. Y, quizás por ello, las taurokathapsias de Knossos eran mujeres acróbatas bisexuales que saltaban por encima de los toros apoyándose en la cornamenta de estos, con lo que en el espectáculo se encuentra ya subsumida la liberación de las jóvenes que en épocas anteriores eran sacrificadas al dios-uro. En los libros sagrados y en la historia, en los mitos y leyendas de diversos pueblos, se encuentran otros momentos de este salto cualitativo en el devenir de la humanidad. Abraham es el punto de inflexión en la tradición judeo-cristiana. Así, lo que fue mito, religión e historia pasó a juego.
Un juego es ahora. Pero un juego trascendental entre la vida y la muerte. Y aquí aparece esa suprema ambigüedad que atrae a tirios y a troyanos a la polémica: si el toro muere, es un sacrificio, mas si el torero transexuado (sus aderezos son femeninos) queda transido en los cuernos de Venus, ¿no sería un sacrificio también, un sacrificio humano a una divinidad que se ha perdido en la noche de los tiempos pero reclama su sangre en lo más profundo de nuestro inconsciente?
En el juego profano que tiñe de rojo el albero en tarde de toros, hay un oscuro secreto que nos ha dejado rezagados en la marcha de la civilización, un hiato que no se ha cerrado y por la herida berrea la barbarie y fluye el misterio en perfiles de arte.


RICARDO Crespo (Escritor) ricardocrespo.blogspot.es

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