Cada 7 de agosto desde
que allá por octubre de 2007 inicié esta aventura de Subbética Taurina, acudo a
esta bitácora personal para recordar una efeméride que fue todo un acontecimiento
para la localidad, como así dejaron reflejados en sus páginas los diarios de la
época.
Aquel domingo de
agosto de 1892, todas las miradas taurinas de España estaban fijadas en Priego,
en la inauguración oficial de su plaza de toros, con un mano a mano entre el
primer califa del toreo cordobés, Rafael Molina "Lagartijo", y su
sobrino político, el joven Rafael Bejarano "Torerito", que se las
vieron ante seis escogidos toros de Don Eduardo Miura.
El cartel editado para la ocasión es todo un lujo de
detalles, incluyéndose en el mismo calificativos para el nuevo recinto como “magnífica
plaza de toros”, así como otros detalles, que hoy sería del agrado de más de un
aficionado, como los integrantes de las cuadrillas de los dos lidiadores, o los
“cinco años cumplidos” de los astados. Llama la atención la hora, las 4:30 de
la tarde, y aún más las tres horas de antelación anunciadas para la apertura de
las puertas de la plaza, por lo que más de un aficionado no tuvo más remedio
que reponer fuerzas en los nuevos tendidos o graderío de los palcos o el mejor
de los casos, ayunas, habida cuenta del precio de las localidades.
Desde aquella ya histórica tarde, por Las Canteras han
pasado las primeras figuras de la tauromaquia escribiendo bellísimas páginas en
la historia del toreo, convirtiendo de paso a este coqueto y bellísimo recinto
en referencia obligada en nuestra provincia dentro del arte de Chúchares.
Tras la intensa rehabilitación a la que fue sometida, su
reapertura en 2011 supuso el inicio de una nueva etapa, que parece estar
consolidándose bajo las directrices de la empresa que desde 2014 la gestiona y
que, entre otras novedades, ha impulsado la celebración de una Feria Taurina
que lleva su nombre.
Aunque hace dos años lo hice, no me resisto a recoger en
este post la crónica que firmara Ogeba en Diario Córdoba (número 12.102 de 10
de agosto de 1892) y que reproducen tanto Miguel Forcada en su libro Fiestas de
Toros en la comarca de Priego, como Enrique Alcalá Ortiz en su obra Priego en
Fiestas.
La crónica del citado corresponsal no tiene desperdicio
tanto por la descripción del ambiente que se vivió en la ciudad, como por el
desarrollo de la lidia, un tanto singular y en el que contaban más lo jacos
muertos y los pares de banderillas que otros aspectos.
"Gran día de animación y jolgorio ha sido el de hoy para la
ciudad de Priego, con motivo de la inauguración de la plaza de toros,
construcción lindísima que, a expensas de acaudalado patriota D. Francisco
Lázaro Martínez, fue recientemente ultimada.
Las masas populares y las impopulares esperaban impacientes
ayer tarde al gran Rafael I, quien fue recibido con música, cohetes, vítores y
entusiasmo indescriptible, correspondiendo él a tales atenciones con la formal
promesa, plenamente cumplida, de hacer cuanto estuviera de su parte y un poco
más, para dejar satisfechos a quienes tan cariñoso recibimiento le dispensaban.
Anoche era tan incesante el llegar de gente que a pie, a
caballo y en carruaje penetraban en la ciudad, que figurábasenos estar en
Lourdes o en Covadonga en vísperas de la festividad mayor de uno de aquellos
célebres santuarios.
Las casas atestáronse de forasteros (que según mis cálculos
pasaban de tres mil) y ya en todas ellas sirvieron de cama a muchos de éstos las
butacas y las mecedoras colocadas “ad limitum” en pasillos, salas y gabinetes.
Las cuadras y cocheras no bastaron a contener los vehículos
que sin cesar llegaban, y fue necesario habilitar, con tal objeto, el paseo del
Adarve, bajo la custodia de guardias armados.
En las principales calles de la población hacíase
dificilísimo el tránsito de carruaje alguno, que a duras penas se abría paso en
fuerza del enérgico y repetido “eep, epp” del correspondiente auriga.
Y allá en las afueras era de notar la multitud de bestias
atadas a los olivos y de curiosos grupos de desheredados de la fortuna, que por
azar de la misma habíanse quedado a la luna de Priego (y de todas partes).
Con un sol más que esplendente, amanecí yo a las diez de la
mañana de hoy.
No me fue, pues dable asistir al encierro, verificado a las
siete.
Y es que todo madrugador propósito quebrántase ante los
olímpicos efectos de una cena sibarítica y de un champagne como el que para sus
amigos tiene siempre dispuesto el meritísimo señor don Carlos Valverde, quien,
como Alcalde, honra la vara, y como literato, las españolas letras.
A las dos de la tarde fueron abiertas las puertas de la
plaza.
Apiñada muchedumbre penetro vertiginosamente por ellas,
temerosa de que no hubiese suficiente número de localidades.
A las cuatro y media dio comienzo la función.
Había un lleno completo (acaso de ocho a nueve mil almas) y
las delanteras de los palcos hallábanse adornadas con hermosísimas mujeres que,
con gusto y donaire, lucían preciosas mantillas blancas o madroñeras.
Presidió el Gobernador civil, señor don Antonio Castañón y
Faes.
Tiró la llave el caballero alguacil, siendo por éste
recogida al vuelo. Aplausos.
Salen las cuadrillas de “Lagartijo” y del “Torerito”, y
antes de saludar, detiénense un momento para ser fotografiados desde el
tendido.
Y vamos a la estadística correspondiente que hará corta por
resultar ya excesivamente larga esta epístola.
Primer bicho. Tomó seis varas, dos sin llegar, y con poca
voluntad la última. En los quites muy bien el “Torerito”. Un par en su sitio de
Juan Molina, otro ladeado y medio regular. Brindó el “Califa”, se acercó a la
fiera, hízola seis muy cortesanos saludos y la principió y remató con una
superiorísima. Muchos aplausos. Sólo un jamelgo quedó difundo.
Segundo. Era conocido por “Capirote”; con calzas y caperuza
negra.
Tomó de mala gana cinco varas, acudiendo a tiempo el maestro
en la última, para librar al caído jinete de algún serio capirotazo. Se
presentó mal en banderillas.
Prendiéronle un par superior, un medio bueno y otro medio
alto.
“Torerito” lo despachó con nueve pases y una ladeada
regular. Oyéronse pitos y voces de golletazo. También sonaron aplausos. Bien el
puntillero. Dos jacos arrastrados.
Tercero. El mejor del sexteto, Ligero, muy voluntarioso y
bien armado. Tomó nueve varas e hizo dos disecciones. Pusiéronle un par bueno,
otro regular y dos medios buenos. Catorce pases, un intento sin mojar, un
pinchazo en hueso y una media superiorísima de muerte fulminante sin puntilla,
fue la brega de Rafael, con quien el público fue algo injusto no aplaudiéndole.
Cuarto. Al salir cogió a traición un jaco, desmontando al
jinete, sin consecuencias. Aguantó ocho varas, con rotura de la segunda, y dos
pares y medio de palillos muy buenos. Vino al suelo, después de 15 pases y una
muy superior de “Torerito”, levantándose al primer intento del puntillero, y se
acostó nuevamente, acertando Pepín a la primera. Con la suya, fueron tres las
defunciones.
Quinto. Salió con bríos. Tomó seis varas. Después de la
quinta, el “Torerito” dobló la rodilla y largóle arena, siendo muy aplaudido.
Un par muy desigual. Rafael y “Torerito”, intentan poner otro par cada uno y
así lo hacen después de muchas citas y capeos; pero el bicho se empeñó en
presentarse mal para ello, y no tuvieron el lucimiento que debieran. Bien es
cierto que el “Califa” tomó la revancha dejando inmóvil al cornúpeto después de
ocho pases, con una de esas suyas inimitables y certeras, que tantos aplausos
arrancan a los inteligentes. Frenéticos aplausos.
Sexto. Negro, astillado de cornamenta. Cinco varas. Un pase
de manos de Rafael. Tres puyazos más. Cuatro pencos inertes. Dos buenos pares
de palillos; uno que sin permiso le colgó un aficionado, que fue a la cárcel, y
una estocada de “Torerito” hasta el pomo. Muchos y prolongados aplausos. La
Presidencia estuvo acertada; el público muy sensato.
Al entrar en la plaza, dicen que dijo el “Califa”, que jamás
había visto otra tan preciosa. No hago de ella una descripción plástica, por
haberla ya hecho y publicado muy preciosa y detallada mi excelente amigo el
señor Valverde. Por tal construcción, única en su clase, merece mil plácemes
así el inteligente director de las obras don Manuel Arjona Serrano, como el
propietario de ella Francisco Lázaro Martínez, que tan valientemente ha
expuesto su dinero en procurar una mejora tan importante a la hermosa e
insólita ciudad de la incomparable Fuente del Rey y del sorprendente paseo de
Los Adarves".
No hay comentarios:
Publicar un comentario