No desesperen,
queridos aficionados, que mucho más se perdió en la Guerra de Cuba
y aquí seguimos. Aunque claro, después del mazazo de ayer, va a
costar levantarse, máxime cuando nos llegan pedradas por todos
lados.
Así que para
empezar esta lenta recuperación, nada más sano que tirar de
hemeroteca y recordar aquella gloriosa tarde de 1968 hace hoy
exactamente 50 años.
Mi gran maestro y
amigo Ladis, me mandó a mediados de agosto la página del periódico
CÓRDOBA (hoy Diario CÓRDOBA), publicada el 4 de septiembre de 1968,
en la que se recoge la crónica firmada por el recordado José Luis
de Córdoba del festejo celebrado un día antes, el 3 de septiembre,
en Priego, con un cartel de auténtico lujo integrado por Andrés
Hernando, Manuel Benítez “El Cordobés” y Francisco Rivera
Paquirri, que a la postre fue el triunfador numérico del festejo al
cortar tres orejas y un rabo.
Menuda tarde tuvo
que ser aquella, a tenor de los trofeos, aunque como José Luis de
Córdoba indicaba, los protagonistas fueron las reses de Don Marcos
Núñez, “...terciada de presentación y en cuanto a condiciones,
ha habido de todo, como en botica”. Venía el comentario a colación
de la introducción de la crónica en la que la presencia de las
reses de Don Marcos Núñez fue una de las exigencias de Benítez
para su segunda comparecencia consecutiva en Las Canteras, toda vez
que el año anterior (3 de septiembre de 1967), los astados de la
ganadería del Rincón de los Barrios, “excelentemente
presentados”, apostilla el cronista, dieron un magnífico juego,
obteniendo Benítez aquella tarde del 67 un sonoro triunfo tras
cortar orejas y rabos a sus dos enemigos.
Pero como el propio
José Luis de Córdoba subtitulaba, “segundas partes nunca fueron
buenas”, señalando que a Hermando le tocó en suerte el mejor
lote, sobre todo su segundo, “un toro superior que en manos de otro
torero hubiera lucido más”. Por el contrario, el cronista, siempre
con su incisiva pluma, hace constar que a El Cordobés, “le
correspondieron dos animalejos, soso uno e incierto el otro”,
mientras que Paquirri, “lidió un primer toro peligroso, que tiraba
la cara arriba, y un segundo, el último de la tarde, que acabó
embistiendo muy bien y que dio motivo a una faena completa del
gaditano, premiada con los máximos trofeos”.
Total, que como
sentencia José Luis de Córdoba, pese al aspecto ganadero, “nos
hemos distraído, porque ha habido momentos de gran brillantez y
otros no tanto, y que Priego ha vivido un día de gran animación
ferial, que se tradujo en un casi lleno en el coso taurino, con papel
acabado en sol y gran entrada en la sombra”.
Pero detengámonos
ahora en algunos detalles del festejo, que con su habitual estilo el
cronista nos traslada, particularmente la presencia de Andrés
Hermando en el mismo, un torero, indicaba, “que pensamos que tenían
bien poco que hacer en este cartel”, señalando a continuación que
en Córdoba, “los hay a montones, mejor que Andrés Hernando”,
lamentándose que su incorporación en tan señalada tarde, fue cosa
de la empresa, “en la que no queremos ni entrar ni salir”. Sobre
la actuación del diestro segoviano, José Luis de Córdoba se
detiene de forma explícita en el segundo de su lote, de nombre
“Simpático”, herrado con el número 19, negro zaíno, y que como
categóricamente apuntaba, “el mejor del encierro y de muchos
encierros”. Un animal para “soñarlo”, de esos toros,
apostilla, “que sirven para consagrar a un torero”, lamentándose
a continuación de que Hernando estuviera con él, “bien, a secas,
en una faena toda ella con la derecha, pero sin usar para nada la
mano zurda”. Además, por si le faltaba algo a Hermando, mató
“francamente mal, de una estocada saliéndole el hierro al bicho
por el costillar”, recetando luego un descabello, que no fue óbice
para que la presidencia le otorgara dos orejas, “ante la
estupefacción de los aficionados, que no las habían pedido”. Al
toro, por su parte, se le hizo el debido homenaje al ser arrastrado.
En su primero, que
tomó tres puyazos, sí tres…, Hernando obtuvo una oreja.
Por su parte, Manuel
Benítez, vestido de tabaco y oro aquella tarde, tuvo mala suerte en
sorteo matinal, enfrentándose a un primero, “totalmente soso, sin
alegría y con poca fuerza”, al que instrumentó una faena de
muleta de largo metraje, “a base de muchos más pases que la fiera
astada merecía”, no faltando, recuerda el cronista, “los
molinetes rodilla en tierra y sus peculiares saltos de la rana, que
desbordaron el entusiasmo del público”. Después de un sainete con
la espada (estocada corta, dos descabellos, entrando nuevamente a
matar logrando una estocada entera y otro descabello), cortó una
oreja, “gracias al regusto que había dejado la faena...”.
En el segundo de su
lote, quinto de la tarde, José Luis de Córdoba se muestra tajante
al afirmar que fue el peor del encierro de Don Marcos Núñez, “toro
que salió barbeando las tablas, incierto y sin fijeza durante toda
la lidia”. Ante semejante material, el cronista hace alusión a las
“serias dificultades” que encontró El Cordobés con este
Carcelero, número 33, “porque cabeceaba constantemente, frenaba y
se quedaba en mitad de los pases”.
No obstante, la
labor del Quinto Califa fue “plena voluntad, intentándolo todo sin
logar el remate de los pases por los defectos ya apuntados de su
enemigo...”. Cuatro pinchazos, dos medias estocadas, “y como el
bicho no humillaba y era imposible descabellarlo, la cosa se hizo más
pesada de la cuenta hasta que El Cordobés apuntilló al animal, que
ya estaba virtualmente muerto pero que se mantenía en pie merced a
su casta”. En el momento de echarse, sonaba el segundo aviso para
el matador…
El gran triunfador
de la histórica tarde fue Francisco Rivera, vestido para la ocasión
con un terno muy torero (grana y oro), y que como indica el cronista,
“estuvo muy torero toda la tarde en los tres tercios de la lidia”,
destacando su toreo “clásico” de capote en sus dos enemigos,
mostrándose muy resolutivo con las banderillas. Con la muleta, a su
primero, “realizó una labor elegante y torera, con pases
fundamentales, desplantes y adornos”, terminando con un pinchazo y
una estocada entera, recibiendo como premio dos orejas. En el que
cerraba plaza, de nombre Morcillero y herrado con el número 20, “fue
el matador quien enseñó al astado con su muleta prodigiosa, suave y
mandona”, definiendo el cronista el conjunto de su faena como,
“completa por uno y otro lado, destacando unos derechazos de gran
empaque”, toreando de rodillas, “con la misma soltura que su
estuviera de pie”, matando de una estocada hasta las cintas, “que
hizo desbordar al público entusiasmado” , que le concedió dos
orejas y rabo, “siendo alzado a hombros y paseado por el ruedo por
los entusiastas, y así fue sacado de la plaza”.
Hasta aquí el
resumen de aquella tarde del 3 de septiembre de 1968, en la que, como
concluye José Luis de Córdoba, “salvo algunos lunares que
señalados quedan, el público salió muy satisfecho”.
Benditos esos
“lunares” vistos 50 años después, máxime cuando la Fiesta está
pasando por lo que está pasando...
No hay comentarios:
Publicar un comentario